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martes, 7 de abril de 2020

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📓 Diarios del fin del mundo #1



En mi sueño tenía cerca de 70 años.

Me sorprendí al verme con ese rostro tan desconocido para mí, incluso en el sueño.

Mi cara tenia un aspecto que jamás hubiera pensado para mí mismo. Era mucho más grande y redondo, tenía las mejillas hinchadas, las ojeras demasiado negras y la piel similar a la del pollo cuando se lo prepara al microondas. No sentía que era yo realmente, no era mi vida, sin embargo, era yo.

Sabía que era yo porque estaba frente a un espejo y podía ver mi rostro. Entonces era yo. Lo acepté con resignación; y mientras hacía eso en la estupefacción de mi reflejo, empezaron a cruzar recuerdos. Recuerdos de cuando tenía 18 años.

En ese entonces Lupe era una adoración secreta y Adán mi amigo más serio.

Cuando salíamos del instituto a eso de las 8 de la noche, teníamos un ritual muy divertido. 

Hacíamos una especie de parkour como carrera de doscientos metros esquivando a más no poder barandas, murallitas y rampas pequeñas que estaban en ese trayecto desde la esquina del instituto Cervantes de educación física hasta la esquina de la farmacia Americana.
Doscientos metros de adrenalina. Nos encantaba.

La carrera empezaba de improviso cuando, casi siempre, lanzaba el desafío con la ventaja de anunciarlo mientras emprendía las primeras zancadas.

Esa pequeña ventaja causaba en Adán que su normal cara de seriedad se tornara aún más dura. A veces cuando estábamos en la mitad de la corrida yo lo miraba para ver si cambiaba su expresión, pero casi siempre parecía aún más enojado, aún más concentrado en ganarme. 

Cosa que nunca hacía.

Yo era el más rápido de los tres.

Las pocas veces que perdí esa carrera de “parkour en velocidad” fue porque me distraía.
Me distraía con la sonrisa de Lupe. Dios mío, nunca antes había visto ni escuchado semejante tipo de mujer. Su cara era normal, aunque sus dientes exageraban el blanco. Contrastaban inmediatamente con su tez morena.

Lupe, a diferencia de Adán, reía cuando empezaba el desafío. Entre quejas y fuertes risas alcanzaba velocidad en pocos segundos. Aún así, reía toda la carrera.

Cuando la miraba sentía que era algo que no podía entender. No podía entender como alguien podía reír con tanta vitalidad. Cuando ella reía parecía que su risa empezaba en la mitad de su alma y terminaba intentando expulsar el resto de la realidad y del mundo.

Supe después que eso era el inicio de algo llamado amor. Algo que no entendía. Algo que quizás nunca entendí.

Aunque la carrera era intensa yo siempre me distraía si miraba a Lupe. Un día dejé de mirarla, pero no de sentirla. Ganarle a Adán era una victoria disfrutable. El era un atleta que empezaba a destacar en el instituto y yo no era nadie.

Ganarle a Lupe se sentía extraño. No se sentía como nada. Quería darle mi victoria, quería darle todo cuando reía. 

Se sentía bueno saber que era la rutina que hacíamos de manera constante, los tres.

Justo cuando empezaba el recuerdo de una carrera donde al doblar la esquina sentía que caía y que Lupe tomaba mi brazo para evitar que llegue al zanjón de la esquina del instituto, empieza a aparecer una niebla que termina cerrándose sobre su inmensa sonrisa y los contornos rosas de su boca. Un triste recuerdo que no quería perder y se resistía como le pasaba a Alicia, con el gato de Cheshire.

Su sonrisa se perdía y mis ojos empezaban a ver las molestas luces fluorescentes del hospital. 

Estaba boca arriba. No había nadie más cerca, excepto la enfermera que tenía un termómetro en la mano.

Fue un sueño que me dejó una sensación de optimismo ausente y dulce. Mientras saboreaba la sonrisa de Lupe que casi podía seguir viendo frente a mí, la enfermera me pregunta si estaba listo y empezaba a mover pesadamente las ruedas de la cama.

Me llevaban a terapia intensiva.








#quedateencasa
#cuarentena

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📓💚 Diarios del fin del mundo



Como escritor fallido que soy siempre me ha encantado escribir cosas para mí.

Y aunque me gano la vida como copywriter, quiero volver a escribir ficción casi por una necesidad existencial.

Es el momento perfecto para escribir y prevenir.

A la gente no le gusta respetar la cuarentena. Espero que mis microrrelatos los ayuden a tener otro nivel de conciencia sobre sus acciones.

Los que escriben tienen la responsabilidad de aportar su granito de arena para seguir previniendo. Si se me permite, estas historias tienen ese objetivo.

Aclaro que son ficciones.

Algunas son producto de historias que escucho, de sueños, de historias que en efecto conozco, y otras, que pasan muy cerca en mi vida virtual.

Algunas historias que leo y conozco son francamente horribles. Sin embargo, podemos aprender de ellas y sobre porqué es importante respetar la cuarentena.

En realidad, se trata de salvar vidas, la nuestra y de las personas que queremos.

La escritura nos permite hacerlo.

Espero te ayuden a sentipensar conmigo, o al menos, hagan que tu propia cuarentena sea un poco más llevadera.

Estamos como en una misa.
Relegados.

Religados a nosotros mismos.

#quedateencasa #cuarentena

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