“Cuando tenía 9 años mi hermana enfermó grave. Recuerdo la cara de susto de mi papá y como la de mi mamá se iba tornando pálida mientras escuchaban al doctor. Una semana antes les pregunté como nacían los ángeles…”
La enfermedad, que es parte de la vida familiar de cualquier ser humano, nos marca un antes y después que, dependiendo de que miembro de la familia sea, nos va a impactar de manera diferente.
Cuando niños no siempre entendemos todo lo que pasa en nuestras casas. No teníamos por qué entender el malestar de mamá cada vez que papá llegaba tarde, el caos en la casa de los primos cada vez que el tío llegaba ebrio o el Alzheimer incipiente del abuelo. Aunque todas estas experiencias nos impactan de lleno y son imborrables.
La infancia de todos aquellos que de adultos se convirtieron en lo que son hoy, lo bueno y lo malo, no justifica ningún acto, pero si la explica. Tener una visión de aquello que queremos y de lo que no queremos para nuestra vida adulta se funda principalmente en base a aquellas memorias de la infancia.
Los campeones de sus vidas generalmente le hacen monumentos a cada paso transformando creativamente aquellas experiencias más oscuras en acontecimientos maravillosos y productivos.
Lo que para alguien puede ser simplemente el recuerdo de la muerte de un hermano, para un campeón puede ser el motivo para recordarle a sus padres los buenos y justos que han sido al criarlo de cierta forma.
Por eso tal vez, las memorias de casa van a ser siempre el combustible de todas las otras memorias…
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