“El verano había pasado rápido y tres cosas eran seguras: mamá no iba a mejorar, Sofía no iba a volver y todo por lo que había luchado, se desvanecía. Ese invierno iba a ser muy largo …”
Parecen tener un centro de gravedad del desastre que converge en nosotros.
Si hay algo que caracteriza a un líder que es al mismo tiempo héroe de su propia vida y guerrero mágico (al mejor estilo de Juan Matus) es que no se detiene.
Batalla con decisiones, con acciones. Sabe que en la vida de todos nosotros hay días imposibles, pero también sabe que son momentos y como todo en la vida, no duran para siempre. Duraran lo que deban durar y cuando pasen habrá tiempo para detenernos a pensar en que pasó y porqué pasó.
Antes tenemos que construir camino no destruir lo que ya se ha conseguido.
Y un camino solo se construye avanzando. Las personas que se dejan dominar por la angustia y sucumben rápidamente al desastre son las que nunca podrían tener de mascota una piedra o se enojan cuando un río pasa.
Crear una piel psíquica que sea lo suficientemente frágil para sentir el río sufriente pasar y lo suficientemente sensible para sentir la paciencia de la piedra toma toda la vida, a veces, más de una.
No le podemos pedir a todo el mundo que se prepare de igual manera para cuando algo inevitable suceda.
Los líderes saben eso no porque su piel sea distinta sino porque eso que los atraviesa los ha hecho diferentes de un modo integrado, ni más racionales, ni más emocionales, son líderes sentipensantes.
El invierno del desastre acecha en la vida de todos y no sabemos bien cuando llegará, pero es mejor empezar a rodearnos de aquellos que pueden compartirnos su chispa, aunque no entendamos como hicieron ese fuego, su fuego.
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